He decidido sentarme a escribir. No porque quiero,
sino porque lo necesito. Cada tecla que presiono es un grito silencioso que suelta
mi alma. Duele.
Y es que cuando recibes una noticia
inesperada y no sabes cómo reaccionar, decides callar. No porque no tengas nada
que decir, sino porque no sabes si tienes derecho a reclamar.
Sin embargo, duele.
Duele, porque sientes que fue muy tonto
pensar que realmente le importabas a la gente pero solo buscaban su propio
bienestar.
Duele, porque no importó cuánto demostraste lo
que significan para ti, nunca te dieron la misma importancia o al menos la que
merecías.
Duele, porque te importó, y te acostumbraste
a la rutina. De esas que siempre criticaste, pero aceptaste hasta formar parte
de ella.
Duele, porque lo viste venir. Esa bomba de tiempo que sabías que detonaría en cualquier momento pero decidiste ignorar (como si evadir la realidad funcionara).
Y lo peor de todo es que duele, porque al fin
y al cabo todo llega a su final, pero no pensaste que este fuera a ser el tuyo...
Por eso, he decidido sentarme a escribir. No porque quiero,
sino porque lo necesito. Porque cada tecla que presiono es un grito silencioso que suelta
mi alma y duele.
Duele mucho.
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